LAS MURALLAS y DONALD TRUMP

Por : Henry Manrique B

Existe una historia muy documentada sobre la construcción de muros. La legendaria China, en los remotos tiempos de Shih Huang Ti, primer emperador, como lo llama Borges, inició la edificación de los 21.196 kilómetros de la Gran Muralla, tarea que se complementaría en distintas dinastías. Algunos historiadores dicen que en su elaboración participaron diez millones de personas.

    Impresiona la desmesura con la que se emprendió semejante empresa, en la que murieron cientos de hombres y cuya sangre, “metafóricamente”, sirvió de argamasa con la que se unían los bloques de piedra. Las murallas, cercos, como quiera llamarlos, tienen como impronta la esclavitud en una de sus formas.
    En ‘tierra santa’, el Muro de las Lamentaciones, no con las dimensiones de la Gran Muralla en sus condiciones físicas, pero sí grande en las implicaciones ideológicas y políticas, también aísla. Es de mencionar que el muro es un símbolo que utiliza el nombre de Dios para manipular. Creo que ninguna religión debe permitirse el abuso de mancillar creencias. ¿Qué pensarán los judíos cuando, en los recovecos del muro, introduzcan papeles con mensajes en los que piden la redención, la misericordia? ¿Será que el Dios omnipresente les avala el asesinato de niños, mujeres y ancianos palestinos? Los israelitas, hoy, han extendido sus muros en tierra ajena y santa. Los palestinos se lamentan todos los días cuando ven construir grandes moles en la tierra que les pertenece.
    Así ha sucedido y nos reconocemos en esas construcciones que eternizan la infamia. En Alemania, luego de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se dividió en dos, y en una misma ciudad se levantó un muro como sinónimo de poder. Berlín fue el botín que las potencias tuvieron que desgarrar para diferenciarse en su política, en su economía y en su poder armamentístico. Los capitalistas y los socialistas nos involucraron a todos en la famosa Guerra Fría. Pero la más lamentable fue el sometimiento del mismo Berlín, luego de ser bombardeada, arruinada, dividida; en ese acto de ignominia se desunieron familias; hermanos, hijos, esposos… fueron desposeídos no solo de los bienes materiales, sino del sentimiento, el amor, la ternura, pues oriente y occidente se convirtieron en referentes de divergencia, desunión, llanto… nuevamente la deshumanización. Muy entrada la década de los noventa del siglo XX, cayó el muro, cansado de proporcionar odio, pero ya nos habíamos definido como hombres irracionales en esos actos.
    Ahora, en la contemporaneidad, cuando se creía que la civilización occidental había superado los complejos de superioridad, los EE. UU., regidos por un presidente que comulga con el apartheid, proponen la construcción de un muro que aísle a los gringos de los mexicanos, es decir, de los latinoamericanos. Así mismo, deciden adueñarse de la palabra, borrar los nombres y apoderarse de regiones que fueron otrora del imperio. Estos actos de soberbia se ubicarán en la historia como una necedad, pues el pasado deja huellas esenciales, signos y símbolos dignos de perpetuidad. ¿El muro no lo es en su insensatez?
    El mismo Jorge Luis Borges, al referir la historia de la Gran Muralla China (La muralla y los libros), enfatiza en un acto esencial: el emperador quiere ser el primero, en su recinto no debe entrar la muerte, todo debe iniciar en él; por eso quemó los libros y repudió el pasado inútil, quería la génesis en todo sentido.
    El muro Trump, o lo que anhela despojar, hasta los nombres, no pasa de ser una actitud prepotente, de promesa politiquera, de ceguera, de discriminación y, fundamentalmente, de miedo. A Donald, que vive en un mundo de la realidad económica, pues al magnate, dueño de grandes capitales, lo absorbe el ridículo. Aún cree que América Latina es la culpable de la deshumanización que viven los norteamericanos, quienes, cansados de la opulencia, necesitan de los latinos para que les resuelvan los problemas del campo, del aseo habitacional, de las guarderías, el servicio doméstico, del cuidado de sus ancianos… Los trabajos más humanos que los gringos no pueden ni quieren emprender son una fortaleza en la sensibilidad de los mexicanos, colombianos…
    En estos actos de ignominia racial que no contribuyen al reconocimiento de la especie humana como tal, lo que se percibe es el miedo, el físico miedo, pues Donald Trump, el presidente de los EE. UU., teme que sus conciudadanos, al percibir su inutilidad política, empiecen a desertar hacia el sur saltando el posible muro.
    Donald Trump no tiene la inteligencia de Shih Huang Ti, es un simple rico que no sabe de acciones esenciales y trascendentes, solo conoce de dinero. ¿Qué le vamos a hacer? Es una forma de felicidad pasajera que solo reconocen los abúlicos.
    Queriendo ser grande, Trump no puede serlo, pues es un bicho amarillo. Pasará a la historia por haber construido una mole que no detendrá nada ni a nadie, menos la insistencia y perseverancia de los latinos, que no conocen de muros o cercos, pero sí de mares, océanos y cielos. Otros caminos.

     hermanbur@hotmail.com

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